Si con la almohada sirven igual
¿Por qué siempre las bonitas son tan pedantes?. Y sí. El tiempo me dio la razón. Cada mujer que pasa por mi retina, me autoveto enamorarme de ella. A lo mejor simplemente es una forma de defensa ante el rechazo. Pero me he dado cuenta que enamorarse de una top model a lo María Alberó queda sólo para los futbolistas y no para una asalariado periodista.
Pero además de parapetarme de aquel rechazo, siento que las mellizas Campos, la Quenita Larraín o Pilar Jarpa no son de mi real gusto. Claro que el piropo va igual. Pero, a mi modo de ver, lo mejor de una mujer es su fealdad. Lo que si es importante es que no sea ¡FEA!, sino que la fealdad justa y necesaria para que sea digerible por el corazón, vale decir fea.
Y es que la diferencia entre las ¡FEAS! con las feas es demasiada. Las ¡FEAS! son simplemente infumables, en tanto las feas son arreglables. Es como el sueño de aquel culebrón colombiano de Betty, la secretaria de Don Armando, quien finalmente cayó rendido ante los pies de una mujer que se saca esos bigotes y los lentes “poto botella”, e inmediatamente se convierte en una Femme Fatal. En donde finalmente y por arte de magia, pasa de ser un ogro como Shreck en su pantano, a una escultural fea reformada, o la tan afamada: fea en rehabilitación.
Pero además de parapetarme de aquel rechazo, siento que las mellizas Campos, la Quenita Larraín o Pilar Jarpa no son de mi real gusto. Claro que el piropo va igual. Pero, a mi modo de ver, lo mejor de una mujer es su fealdad. Lo que si es importante es que no sea ¡FEA!, sino que la fealdad justa y necesaria para que sea digerible por el corazón, vale decir fea.
Y es que la diferencia entre las ¡FEAS! con las feas es demasiada. Las ¡FEAS! son simplemente infumables, en tanto las feas son arreglables. Es como el sueño de aquel culebrón colombiano de Betty, la secretaria de Don Armando, quien finalmente cayó rendido ante los pies de una mujer que se saca esos bigotes y los lentes “poto botella”, e inmediatamente se convierte en una Femme Fatal. En donde finalmente y por arte de magia, pasa de ser un ogro como Shreck en su pantano, a una escultural fea reformada, o la tan afamada: fea en rehabilitación.
Es que una fea es fiel por sobre todas las cosas, es como su forma de agradecer el que estés con ella. Eso es sin duda lo que marca la diferencia entre una linda con una fea y de una fea con una ¡FEA!.
Puesto que en el caso de las lindas la necesidad de agradecimiento pasa por el varón, que debe deleitarla constantemente con chocolates, joyas, flores e interminables salidas al cine los días sábados. ¡Demasiada plata!. Además de quedar con las rodillas curtidas por la necesidad constante de arrodillarse ante ellas.
En tanto con las ¡FEAS! Es terrible. Ellas son tan poco agraciadas que tienen atrofiado el radar de hombres, por tanto, ante cualquier insinuación de algún varón, sacan su escudo, haciendo que finalmente la raza masculina no pueda establecer contacto con ellas. Además, el riesgo social que implica que te vean con una ¡FEA! es un alto, porque el estigma de haber sido pololo de una de ellas, no se olvida con nada.
Ya con las feas como primera opción, debemos buscar la precisa, porque tampoco sirve una fea media hueca. Sino aquella que mezcle su cuerpo con su intelecto. Así como una Amparo Noguera o una Antonia Zegers, aquellas actrices nacionales, que si bien no son lindas, tampoco son ¡FEAS!, sino feas, intelectualmente lindas y con una personalidad que deja a las bonitas por el suelo. Por otra parte, esa misma fealdad de bruja, como la Noguera, es sin duda un plus al momento de buscar compañía. Aquella maldad que deja entrever en su rostro, cual Marqués de Sade con sus golpes, en busca de una presa forzosa.
Así es, las feas son las más ardientes. Porque no temen a experimentar con su cuerpo. Contorsionistas y malvadas, pero siempre con esa mirada de fiera. Ya de sólo imaginarme a Antonia Zegers en tenida de látex, con un portaligas rojo y un látigo, es sin duda la imagen más fea, pero orgásmica que puedo tener.
A lo mejor son mejores las lindas. No hay duda que es así. Pero la arrogancia y la distancia que existe entre ellas y yo sólo me dan la posibilidad de la fea. Pero, por último si las feas no me quieren, tengo la opción de las ¡FEAS!, y tal como dice el refrán, con la almohada en la cara… sirven igual.